Era un encuentro precedido de polémica. La presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, y el número tres en la jerarquía de Estados Unidos, el líder de la Cámara de Representantes, el republicano Kevin McCarthy, se han reunido este miércoles en las cercanías de Los Ángeles, para una conversación que ya antes de comenzar había causado el malestar de China.
La reunión es la de mayor nivel que un dirigente taiwanés ha mantenido con un alto cargo estadounidense desde que en 1979 Estados Unidos rompió sus relaciones diplomáticas formales con Taipéi para establecerlas con Pekín. Y se produce pese a las advertencias de Pekín, que había amenazado con represalias si Tsai, que se encuentra en tránsito en EE UU tras una gira en Latinoamérica, recibía un tratamiento remotamente similar al de un jefe de Estado.
“No estamos aislados y no estamos solos”, proclamaba Tsai a la salida del encuentro. Al comienzo de la reunión, McCarthy describió a Tsai como una “gran amiga de Estados Unidos” y aseguró: “Encontraremos vías para que los pueblos de Estados Unidos y Taiwán colaboren para promover la libertad económica, la democracia, la paz y la estabilidad”.
El encuentro, en la biblioteca presidencial de Ronald Reagan en Simi Valley y en el que también participaron otros legisladores estadounidenses republicanos y demócratas, ha llegado cuando Taiwán acaba de perder uno de la docena de aliados diplomáticos con que cuenta en el mundo: Honduras ha roto relaciones diplomáticas con Taipéi para establecerlas con Pekín, en un nuevo tanto que se apunta China en la campaña de presiones que lleva a cabo desde la llegada al poder de Tsai en 2016 para que los países que mantienen relaciones diplomáticas con la isla rompan con ella y establezcan lazos formales con la República Popular. En sus declaraciones, Tsai respondía a esta situación.
La reunión en California se planeaba desde hacía semanas. Antes de las elecciones de medio mandato de noviembre pasado, en las que los republicanos se hicieron con el control de la Cámara de Representantes, McCarthy había prometido que visitaría Taiwán al frente de la mayor delegación estadounidense en visitar la isla en casi 45 años de historia. Pero el viaje de su predecesora, la demócrata Nancy Pelosi, en agosto pasado suscitó una drástica respuesta de Pekín, que desplegó maniobras militares con fuego real en las cercanías de la isla. La preocupación en Taipéi y Washington de desencadenar nuevas represalias hizo que el político republicano desestimara su idea original y aceptara, en cambio, la reunión californiana.
Pero Pekín, que describe a Taiwán como el mayor de sus intereses nacionales, mantiene un escrutinio muy firme sobre lo que pueda emerger del encuentro. Su Ministerio de Defensa ya ha advertido que uno de sus portaaviones, y sus buques de escolta, se encuentra en aguas cercanas a la costa sureste de la isla.
Taiwán es el mayor punto de fricción en unas relaciones entre China y Estados Unidos cada vez más ásperas. Pekín considera que la isla autogobernada y de régimen democrático es parte inalienable de su territorio y está dispuesto a conseguir la unificación por la vía que sea necesaria, incluida la violencia.
Estados Unidos, por su parte, mantiene amplias y excelentes relaciones informales con la isla, cuya importancia estratégica no ha dejado de crecer a medida que ha ido en aumento la rivalidad entre Washington y Pekín. Aunque no apoya la independencia de Taiwán, sí le vende armamento para su defensa. Y mantiene una actitud de “ambigüedad estratégica”: no especifica si, en caso de ataque de China, sus fuerzas armadas acudirían en defensa del Gobierno de Taipéi o se mantendrían al margen.
Desde que la reunión entre los dos políticos en California comenzó a perfilarse en el horizonte, el Gobierno estadounidense ha tenido buen cuidado en lanzar llamamientos a la calma a Pekín. Tanto la Casa Blanca como el Departamento de Estado han subrayado una y otra vez que el tránsito de un presidente taiwanés por Estados Unidos es algo habitual —en el caso de Tsai, será la sexta vez que pase por este país de camino a otros en sus siete años de mandato— y no hay razón para que Pekín tome represalias o eleve la tensión.
“Pekín no debería utilizar este tránsito como excusa para tomar medidas que incrementen las tensiones, que presionen un poco más para ir cambiando el status quo” entre Pekín y Taipéi, ha declarado el secretario de Estado, Antony Blinken, desde Bruselas.
El martes, el Ministerio chino de Exteriores había subrayado que “seguiría muy de cerca” la reunión y “defendería resueltamente” la soberanía china. En Washington, el encargado de las relaciones con el Congreso de la Embajada china advertía a los legisladores en vísperas de la reunión: “China no permanecerá ociosa frente a una provocación descarnada y probablemente tomará medidas necesarias y resueltas como respuesta a esta situación no deseada. Colaboremos para evitar una situación así”.