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La Historia de la Primera Migrante Dueña de un Campo de Cultivo

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La Historia de la Primera Migrante Dueña de un Campo de Cultivo

Superó la pérdida de su propiedad por la sequía extrema en California y una fuerte depresión. Hoy María Catalán es la matriarca de un negocio de cultivos orgánicos y lidera una iniciativa para ayudar a otros campesinos inmigrantes.

María Catalán escuchaba sorprendida las historias que le contaba su madre cuando volvía de Estados Unidos al pueblo de Santa Teresa, en el norte del estado mexicano de Guerrero. Le aseguraba que las campesinas indocumentadas trabajaban cuidándose no solo de las redadas migratorias, sino de los mayordomos malhumorados que se escabullían entre los cultivos para toquetearlas.

“Yo oía todas esas historias horribles y decía: jamás voy a ir a Estados Unidos, porque no voy a permitir que nadie me grite ni me toque”, recuerda Catalán que decía para sí en esas pláticas.

Toda su familia ya había emigrado a los campos californianos y Catalán criaba sola a sus cuatro hijos en Guerrero. Por ello, a pesar de las advertencias de su madre, un día tomó camino hacia el norte. Era 1986 y tenía 25 años. “Fueron años muy difíciles. Yo experimenté el acoso, el abuso en el campo. Tuve que juntar botes (de aluminio) para comprar un galón de leche y tortillas, porque no tenía para comer”.

Difícilmente los campesinos de México y EEUU ven mejores condiciones de vida porque sus sueldos son bajos y varios de ellos carecen de prestaciones laborales. Parecía que ese sería el destino de Catalán cuando se le presentó una oportunidad inesperada. Su madre se lastimó durante las duras faenas agrícolas y en 1994 le ofrecieron un entrenamiento para cultivos orgánicos pequeños. Catalán la acompañó por curiosidad y varias semanas después logró certificarse en ese tipo de cosechas.

Le cambió la vida. En vez de continuar en la nómina de su empleador ella decidió pedir un préstamo para comprar un terreno para cultivo en el condado de San Benito, en el norte de California. Así se convirtió en la primera hispana de primera generación que es dueña de su propia finca en EEUU.

“Yo me miro en otras mujeres que están empezando, que quieren ser agricultoras independientes y digo: me hubiera gustado que alguien me hubiese orientado y apoyado. Pero no. En aquellos años no había nada”, compara Catalán, quien ahora tiene 58 años.

En sus mejores años, la finca de Catalán tenía 56 empleados y una amplia cartera de clientes, incluyendo 30 mercados campesinos ( farmers market) que se colocaban en distintos lugares del norte del estado.

Les fue bien hasta que en 2014 la sequía extrema californiana se ensañó con el negocio. “El pozo de nuestra propiedad se secó y no hubo agua. Perdimos todo. Yo caí en depresión por varios años. Estuve viviendo, pero como dormida por los antidepresivos que estaba tomando”.

No hubo quién les tendiera la mano y el terreno cambió de dueños. “Desgraciadamente la sequía no está catalogada como un desastre natural bajo las políticas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Las inundaciones y los incendios sí”, reclama.

Hundida en la cama y bajo los efectos de los medicamentos, Catalán tocó fondo el día en que le llamaron del kínder de su hijo adoptivo para preguntarle por qué no lo había ido a recoger. Había pasado una hora desde que sonó la campana de salida.

Salió de ese problema con la ayuda de sus hijos, quienes siguieron trabajando en el campo. Ellos le regresaron su amor por la tierra y lo que esta produce. Ahora su familia es dueña de la finca Catalán Family Farm, que tiene 35 acres y 15 empleados, incluyendo a sus hijos, nueras, sobrinos y nietos. Allí, todos juntos siembran frutas y verduras orgánicas: tomates, chiles, elotes, rábanos, apios…

La lucha por organizarse

Como Catalán, las mujeres ocupan un espacio cada vez mayor en la mano de obra agrícola de este país. De 2009 a 2019 su proporción en esa industria subió del 18.6% al 26.1%, de acuerdo con un reporte del Departamento de Agricultura de EEUU (USDA).

El análisis señala que ellas ocupan el 13% de los puestos de supervisión e inspección, y que tienen el 36% entre “todas las otras ocupaciones en la agricultura”.

Este incremento es atribuido a que algunos productores están adoptando medidas para disminuir los costos laborales, como adquirir plataformas hidráulicas que reemplazaron las escaleras en las cosechas de árboles frutales y dispositivos que evitan cargar lo cosechado por largas distancias. Estas innovaciones “facilitan a más mujeres y trabajadores mayores en la realización de tareas que tradicionalmente han sido realizadas por hombres más jóvenes”, explica el USDA.

Catalán también ha notado ese cambio demográfico en los campos. “En aquellos años no se acostumbraba que la mujer estuviera al frente de cualquier negocio y menos en la agricultura. Fue un reto muy grande empezar a abrirles camino a las mujeres. Pero últimamente ya se mira que la mujer va al frente y el hombre va a la par o la está apoyando”, afirmó.

Ella también ha tomado un rol de liderazgo en su gremio. Fundó el colectivo Pequeños Agricultores en California (PAC) con el fin de ayudar a los productores migrantes a obtener una certificación orgánica y solicitar subvenciones y préstamos para poseer su propia tierra. Por ese esfuerzo fue reconocida en 2008 por el Departamento de Agricultura.

Su nueva meta es que PAC se constituya formalmente como una organización sin fines de lucro, para lo cual ha lanzado una campaña en GoFundMe.

Este grupo tiene alrededor de 20 miembros, quienes tienen terrenos pequeños de entre tres y otras de hasta veinte acres en los condados de San Benito, Santa Clara, Santa Cruz y Monterey, en el norte de California. Algunos no ganan lo suficiente para dedicarse solamente a sus tierras y lo hacen en sus ratos libres, después de cosechar en otros lugares.

“La mayoría de los miembros son pequeños agricultores que ni siquiera hablan español. Algunos son triquis, otros mixtecos, algunos vienen de la zona purépecha y yo del sur de México”, explica ella.

Uno de los retos de este colectivo es hacer crecer su membresía, ya que varios son indocumentados y “tienen miedo, piensan que le gobierno se va a dar cuenta. Quieren pasar desapercibidos”, dice ella.

En su reporte, el USDA señala que el 48% de los campesinos en este país carecen de permisos de trabajo, un nivel que se ha mantenido estable en las últimas dos décadas. California tiene la proporción más alta de agricultores indocumentados comparado con el resto del país, indica.

Catalán dice que su sueño es que sus compañeros logren sus metas en menos tiempo que ella.

A nivel personal ella ha logrado uno de sus anhelos: que sus doce nietos crecieran “libres” en el campo, como ella lo hizo en Guerrero. “Han gateado entre las plantas de tomate. Comen fresas. Han crecido como yo soñé”.

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