
El rodeo de Houston es el Super Bowl de la cultura country
Son días de comer piernas de pavo, de ver carreras de cerditos y de niños que montan ovejas en el mayor rodeo y espectáculo ganadero del mundo.
“Mutton bustin’”, el evento en el que los niños se tumban boca abajo sobre una oveja agitada e intentan aferrarse mientras el ovino sale disparado a través de una gran arena, es una de las tradiciones más queridas del Rodeo y Exposición Ganadera de Houston. Los concursantes inevitablemente se caen de la oveja y aterrizan de bruces en el suelo; algunos salen llorando, otros sonriendo orgullosos. Y sea cual sea el resultado, el público de la exposición ganadera y rodeo más grandes del mundo enloquece.
El rodeo de Houston, que se celebra del 4 al 23 de marzo, es un evento gigante, como todo en Texas. El año pasado asistieron más de 2,5 millones de personas. Si no eres de Texas, probablemente te resulte difícil imaginarlo: solo el 6 por ciento de los asistentes del año pasado procedían de otros estados.
NaSaysha Cheatham, quien vive en Nashville, celebró su cumpleaños número 30 con tres amigas en el rodeo. “Lo vi en TikTok”, dijo, “y pensé: ‘Bueno, hay que arreglarnos e ir’”.
Durante su visita, las mujeres se pusieron sombreros de vaquero y botas hasta la rodilla con costuras elaboradas. Anjelique Hyatt, de 30 años, señaló que las amigas querían “tener nuestro momento Beyoncé”. (La gigante del pop, quien creció en Houston, ganó recientemente tres premios Grammy por su álbum Cowboy Carter).
“Se ven tantas variaciones distintas de lo que es ser un vaquero”, añadió Cheatham.
Otros rodeos gigantes son la Estampida de Calgary, el más grande de Canadá, y el Cheyenne Frontier Days de Wyoming, que afirma ser el rodeo al aire libre más grande que hay. Pero la versión de Houston es el Super Bowl de la cultura country contemporánea, llevado a cabo en un estado que es el principal productor de ganado y carne de vacuno de Estados Unidos: Texas cría más del doble de cabezas de ganado que cualquier otro estado.
Para los participantes, este evento anual es un negocio serio. Millones de dólares cambian de manos cuando se venden vaquillas traídas de todo el mundo, y los programas que destacan razas de ganado específicas, como el Open Beefmaster Show, atraen a espectadores y participantes por igual.
También hay un concurso internacional de vinos, un campeonato de parrilladas y una descomunal feria con montañas rusas y norias. Un concurso de cuyos ofrece premios al mejor pelaje, y una extensa zona comercial vende de todo, desde sillas de cuero hechas a mano hasta joyas de turquesa.
“Es como ‘elige tu aventura’”, comentó Jessica Garcia, de 44 años, quien vive en Houston, mientras hojeaba la guía de visitantes al tiempo que le lustraban sus botas vaqueras de piel de cabra. Después se dirigió a comprar una manzana caramelizada con praliné.
Las veladas concluyen con fuegos artificiales, espectáculos de drones y conciertos en un estadio de 72.200 localidades; entre los artistas de este año figuran Reba McEntire, Journey y Post Malone.
La manera más barata de entrar es adquirir una entrada combinada para el recinto, la feria y los espectáculos de ganado (21 dólares por adulto). Sin embargo, la mayoría de la gente también quiere ver el espectáculo del estadio: un rodeo profesional de dos horas con competencias de lazado y monta, seguido de un gran concierto.
Los costos de esas entradas de estadio para el rodeo y el concierto (que incluyen un asiento reservado) oscilan entre 30 y 500 dólares, con opciones disponibles en la zona club.
Aquellos que montan los furiosos broncos pueden irse a casa con lesiones que les cambiarán la vida, sufridas ante decenas de miles de personas. Por otro lado, también podrían irse con ganancias que les cambiarán la vida (la bolsa total del rodeo de este año es de 2,5 millones de dólares).
Los organizadores del rodeo han incorporado inteligentemente una válvula de escape para que, cada noche, el público pueda recuperar el aliento. Aproximadamente a la mitad del evento, las luces se atenuaron y, desde una nube de humo en un extremo de la arena, salió trotando una hermosa yegua blanca seguida de su potrillo, que jugaba bajo los reflectores. El momento funciona como un toque de gracia, aligerando la
El rodeo tiene una visión desenfrenada y sin disculpas del consumo de carne; cuando comenzó en 1932, se llamaba el Houston Fat Stock Show (Exhibición de ganado de engorda de Houston). Los activistas por los derechos de los animales protestan regularmente contra el evento.
Sus defensores señalan la capacidad que tiene el rodeo para ayudar a la gente —sobre todo a los niños— a establecer conexiones entre sus alimentos, su tierra, su historia y su cultura. El centro de partos es una gran atracción, donde los niños pueden ver cómo las cerdas madres ayudan a sus recién nacidos a dar sus primeros pasos; también se puede ver nacer polluelos, probar a ordeñar una vaca o aprender a
Quizá la experiencia más gratificante sea una que no se anuncia: la oportunidad de hablar con familias que se dedican a la ganadería y la agricultura, y que acuden al rodeo para que sus hijos puedan presumir al conejo, el cuyo o el ternero que han estado criando todo el año. Muchas familias suburbanas viajan para ver torneos de fútbol; estas familias viajan para ver ferias ganaderas.
Los niños que llevan a sus animales pueden ganar miles de dólares: en 2025, el rodeo repartirá más de 14 millones de dólares en becas.
“Nuestros miles de voluntarios nos permiten maximizar nuestro impacto benéfico”, dijo el presidente de la junta directiva del rodeo, Pat Mann Phillips. Se necesitan más de 35.000 voluntarios para llevarlo a cabo.
La ciudad de Houston está orgullosa de su comida, y en el rodeo, todo el mundo parecía hincarle el diente a un gran muslo de pavo frito, aunque la variedad de opciones es mucho mayor.
Los vendedores de comida compiten en concursos al mejor plato, los Gold Buckle Foodie Awards. Este año algunos de los ganadores fueron una “papa asada con toda la carne” acompañada de costillas de cerdo de Harlon’s BBQ, y una gruesa rebanada de tocino servida en un palo entre una nube de algodón de azúcar de Rousso’s Fat Bacon.
Cerca de los puestos de comida, en una reciente noche de sábado, una fila de gente —con piernas de pavo en mano— esperaba para entrar a la carpa de “Mutton Bustin’”. Los espectadores pisoteaban la grada metálica, haciéndola sonar como un huracán, mientras los niños que se habían apuntado para montar a las ovejas esperaban su turno.
Siya Iyer, de ocho años, llevaba un casco con rejilla facial y lucía preocupada. “Tengo un poco de miedo”, dijo, mientras su mirada nerviosa recorría la ruidosa multitud. “Tengo que agarrarme muy fuerte”.
Tras resbalar de la oveja y caer de bruces en el suelo, se puso una bolsa de hielo sobre una inflamación en su cuello, mientras sus preocupados padres la atendían. La siguiente ronda de concursantes se presentó en el corral y, a través de la multitud, Siya levantó su pequeño pulgar en señal de que todo estaba bien.