Entre enero y julio, las autoridades tuvieron 155.000 encuentros con cubanos que ingresaron por la frontera con México, más de seis veces más que en el mismo período de 2021.
Un cubano emprendió una travesía por ocho países durante más de un mes. Otro pagó una pequeña fortuna para escapar en una lancha rápida. Un tercero decidió arriesgarse en un peligroso viaje a bordo de una balsa rudimentaria que él mismo fabricó.
Los cubanos están abandonando su país en uno de los mayores éxodos de las últimas cuatro décadas, arriesgando sus vidas en un peligroso viaje a Estados Unidos por aire, tierra y mar para escapar de problemas políticos y económicos.
La gran mayoría vuela hasta Nicaragua como turista y desde allí emprende un lento camino hacia la frontera estadounidense, generalmente a Texas o Arizona. Una pequeña minoría apuesta a llegar por mar. Tres hombres que sobrevivieron la odisea hablaron sobre ella con The Associated Press.
Otros miles comparten ese mismo objetivo. Entre enero y julio, las autoridades estadounidenses tuvieron 155.000 encuentros con cubanos que ingresaron por la frontera con México, más de seis veces más que en el mismo período de 2021. Además, entre octubre y agosto, la Guardia Costera interceptó a más de 4.600 cubanos, casi seis veces más que en todo 2020.
La gran mayoría son liberados con notificaciones para que comparezcan ante una corte de inmigración o se presenten ante las autoridades de inmigración.
Se trata de la mayor huida de cubanos desde la llamada crisis del Mariel en 1980, cuando casi 125.0000 balseros llegaron a Estados Unidos en un período de seis meses.
El éxodo está impulsado por la peor crisis económica de Cuba en décadas, producto del endurecimiento de las sanciones estadounidenses y el impacto del COVID-19.
Las protestas masivas de julio de 2021 provocaron cerca de 1.400 arrestos y temores de opresión política que alentaron a más cubanos a escapar. Otro de los disparadores tuvo lugar en noviembre, cuando Nicaragua dejó de requerir visas a los cubanos para promover el turismo.
Dos de los tres hombres hablaron con la AP a condición de mantener sus nombres en el anonimato por temor a la seguridad de sus familiares que aún viven en Cuba. Estas son sus historias:
Cruzó ocho países y dos ríos
Rolando José Cisneros Borroto era vendedor ambulante en Camagüey, en el centro de Cuba, pero dijo que estaba cansado de pasar hambre y necesidades. Con la esperanza de encontrar un trabajo que le permitiera mantener a su familia, decidió dejar a su mujer y sus tres hijos.
Borroto, de 42 años, vendió todo, incluidos su casa, los muebles y el televisor, y recaudó unos 13.000 dólares para pagar su travesía hacia Estados Unidos. Su familia quedó viviendo en otra casa.
Después de haber tomado seis vuelos llegó a Nicaragua en junio. Desde allí viajó por tierra hacia Honduras, Guatemala y México.
Cruzó dos ríos en una goma flotante, caminó por montañas y junto a carreteras, se montó en autobuses, automóviles y motocicletas.
Para esconderse de la policía mexicana, pasó días bebiendo agua del río y comiendo solamente grama en el monte. Finalmente cruzó a Estados Unidos por Texas y se entregó a la Patrulla Fronteriza.
Fue liberado después de tres días de detención y ahora vive en Algona, Iowa, donde un primo le ofreció alojamiento en su casa y comida. Su odisea fue de 36 días.
«Nunca pensé que pasaría tanto trabajo para llegar», dijo Borroto, quien fue detenido tres veces en Cuba por vender ajo en las calles. «Lo que uno pasa por el camino no se lo aconsejo a nadie, pero el cubano prefiere morirse en el camino antes de quedarse en Cuba».
Protestó y huyo en lancha
Otro cubano de 35 años había participado de las protestas masivas de julio de 2021, cuando miles de personas salieron a las calles reclamando alimentos y hasta un cambio de gobierno. Fue enjuiciado bajo acusaciones de desorden público y desacato y liberado después de 30 días preso. Huyó en febrero, un mes antes de ser condenado a cinco años de cárcel.
Como su juicio no había terminado viajar en avión estaba descartado: lo detendrían en el aeropuerto al ver su pasaporte. Una travesía en balsa era muy peligrosa.
«El bote (rápido) era la única vía de escape, no tenía otra forma», dijo el hombre en una entrevista en la oficina en Miami de su abogado, Wilfredo Allen. Salió de la isla casi a escondidas, sin decirle nada a su hija de cinco años. Sólo su esposa, su madre y un hermano sabían que se iba.
Estaba desempleado y le pidió a su padre, que vive en Texas, que lo ayudara pagándole unos 15.000 dólares a contrabandistas que le fueron dando las instrucciones de lo que tenía que hacer por teléfono.
Dos días antes de la travesía le pidieron que se trasladara unos 400 kilómetros, hasta Ciego de Avila, una ciudad del centro de la isla. Desde allí un autobús lo recogió junto a otras 30 personas y los trasladó unos 100 kilómetros hasta los cayos de Cuba, desde donde salió la lancha rápida. Entre los migrantes había una mujer embarazada a poco de parir y un niño de siete años.
Pasaron por Bahamas y en total fueron 12 horas de viaje hasta que llegaron en la madrugada a algún lugar desconocido de los cayos de Florida. La lancha paró en un manglar, a unos 50 metros de la costa. Luego, ya en tierra, caminaron cerca de un kilómetro hasta que en una carretera los recogieron varios automóviles. Un amigo cubano lo buscó de una casa a la que lo llevaron, recordó.
Una balsa rudimentaria
Los cubanos que no pueden pagar entre 10.000 y 15.000 dólares para costear un viaje en avión a Nicaragua y seguirlo por tierra, ni para pagar una lancha rápida, fabrican a veces sus propias balsas con caños y madera.
Entre ellos está un hombre de 37 años que trabajaba temporalmente en la construcción y pesca. No podía pagar a un contrabandista y construyó una balsa con tubos de aluminio de tres metros de largo. En mayo de 2021 navegó durante 22 horas con tres amigos hasta llegar a los cayos de Florida.
«Lo primero que uno piensa es en salir, en que o nos morimos todos poco a poco de hambre, o hacemos el intento», dijo el hombre que demoró unos seis meses en fabricar a escondidas el bote. «Sabía que podía morir en el agua, pero necesitaba arriesgarme».
Lo construyó en secreto, con dinero que día a día iba guardando, cuidándose hasta para gastar lo mínimo en comida. Durante meses mantuvo la balsa escondida entre un monte y manglares, a donde acudía cada día a fabricarla.
Para no generar sospechas, adquirió el motor -que le permitía avanzar a unos 10 kilómetros por hora- el mismo día del viaje.
Por temor a que lo descubrieran nadie sabía del viaje salvo sus tres acompañantes, su madre y su esposa. Mucho menos la fecha. Sus compañeros se enteraron apenas algunas horas antes de emprender la travesía.
Salieron remando entrada la noche desde un puerto pesquero de Playa Baracoa, al oeste de La Habana, dijo en una extensa entrevista en la oficina de Allen. No tenían GPS y se orientaban mirando las estrellas.
Pasó todo un día y cuando ya estaba cayendo la noche vieron las boyas de entrada a una isla del sur de Florida. Se acercaron a la costa, caminaron y se encontraron con gente. «Por lo menos estamos vivos», pensó, pero se dieron cuenta de que alguien estaba llamando a las autoridades para reportarlos y de inmediato corrieron a la balsa y se alejaron hacia el mar nuevamente, por temor a que los detuvieran y deportaran a Cuba.
Esperaron un rato en el agua hasta que se acercaron a Cayo Hueso. Sin saberlo, llegaron a un sitio donde un grupo de turistas cubanos estaba tomándose fotos. Ellos los ayudaron con el traslado hasta Miami. El hombre llamó a su esposa para contarle que había llegado bien y le pidió que avisara a sus suegros que estaba camino a su casa de Miami.
Ahora está en proceso de asilo, con la esperanza de poder traer a su mujer y sus tres hijas adolescentes.